Trazando un plan [Pamela]

Regresé a mi pequeño apartamento tras el encuentro con mi murciélago. No podía dejar de pensar en él. Como cada vez que volvía a casa después de verle, tenía una sensación agridulce. Repetía en mi mente una y otra vez la imagen de ese beso, de sus manos acariciándome, y no podía evitar sentir algo de remordimiento por haber hecho un juramento que no era capaz de cumplir. A él no sólo le permitía lo que nunca le había permitido a ningún otro, que era tocarme y besarme, sino que deseaba irremediablemente que aquello se repitiera una y otra vez.

Tendría que controlarme si no quería que mis planes se fueran al garete. Tenía que conservar la mente fría, ser yo la que seducía a a los hombres, no dejar que ningún hombre me sedujera a mí. Si eso pasaba, estaría perdida. Volverían mis ridículos sueños de princesas en apuros y caballeros de brillante armadura. Volvería a ser débil y dependería de él, perdería mi independencia. No podía rendirme a ningún hombre... tenía que hacer que fuera él quien se rindiera a mí.

- ¿Me habéis echado de menos, bebés?

Nada más entrar por la puerta, mis pequeños corrieron a darme la bienvenida. Comprobé que en los comederos siguiera habiendo agua y comida, y después empecé a quitarme el antifaz... pero no terminé la operación. Vi sobre la mesa del salón el periódico de esta mañana. Algo en la página de anuncios me llamo la atención: el apellido Wayne. Cogí el periódico y leí con atención. Vaya, así que buscaban una criada de forma temporal para la mansión... Me pregunté a qué se debería. Nunca antes lo habían hecho. Esto debía ser cosa de Alfred. Quizá se sentía ya demasiado mayor y cansado como para ocuparse él solo de la mansión.

Fuera como fuese, estaba claro que el puesto tenía que ser mío. Por varios motivos. Primero y antes que nada, por mi plan. No me hacía ilusión servir a nadie, pero aquello me facilitaría enormemente el poder entrar y salir de la mansión cuando quisiera sin tener que andar burlando sistemas de seguridad. Segundo, porque sería divertido. Podría aprender más cosas del hombre que se escondía tras la máscara del murciélago, podría provocarle y jugar con él. Y tercero... porque no permitiría que ninguna otra se paseara por la mansión delante de sus narices.

No sería difícil presentarse ante Alfred y fingir ser una chica modelo, además de entregarle un currículum perfecto... y falso. Pero necesitaría un uniforme. Por suerte, sabía dónde encontrarlo. Volví a ponerme el antifaz y me dirigí a los grandes almacenes. A esas horas ya estarían cerrados... y si me había colado en infinidad de museos y joyerías y en un edificio gubernamental, un centro comercial era pan comido. Iría a la sección de uniformes para trabajar y "tomaría prestado" el que necesitara. Más fácil, imposible.

- Ahora vuelvo, pequeños.

Entrar dentro de los grandes almacenes fue coser y cantar. Nada interesante ni emocionante comparado con mis frecuentes visitas a museos y joyerías, lugares mucho más caros y elegantes, dignos de mí. Aun así, sabía que no me quedaba otro remedio que llevar a cabo esta pequeña operación si quería conseguir el uniforme. No me apetecía comprarlo. Probablemente lo único que realmente compraba era la comida. Robarla sería patético... pero todo lo demás...

En fin, fue sencillo. Ni siquiera había guardias de seguridad dando vueltas por ahí, como en los museos. Estaban todos dentro de una cabina mirando sus pantallas de seguridad... a no ser que estuvieran ya dormidos, algo que no me extrañaría nada. Aunque así fuera, no iba a correr riesgos, claro. Me dirigí hasta un panel de control y saqué algunos de mis chismes de mi cinturón. En un abrir y cerrar de ojos, instalé un chip que hacía que las cámaras del centro comercial entraran en bucle: repetirían la misma imagen una y otra vez, y nadie tendría ni la más mínima sospecha de que alguien había entrado a robar.

Dentro del centro comercial había varias secciones, y me dirigí con paso ágil hacia la que tenía ropa y uniformes de trabajo. Escruté las estanterías buscando un vestido de criada que fuera de mi talla. Ya había dado con él cuando oí un ruido. Fue algo muy sutil, nadie habría podido escucharlo, pero yo tenía el oído muy fino y, además, llevaba mis orejas de gato, que, mientras estuvieran puestas sobre mi cabeza, amplificaban mucho mi capacidad auditiva. Me asomé con mucho cuidado entre las estanterías, cerrando la mano sobre mi látigo, por si acaso.

Entre las sombras distinguí una figura humana. Bajé mi diadema con forma de orejas y me la coloqué sobre los ojos, convirtiéndola así en unas gafas especiales de visión nocturna. Se trataba de una mujer y, por sus pintas, no parecía trabajar para la seguridad del edificio. Decidí seguirla sigilosamente, pues sentía curiosidad por saber quién era y a qué había venido.

Miau... por fin esto parece ponerse interesante, pensé.

Aquella excéntrica mujer comenzó a hablar con voz armoniosa, dejando claro que me había oído. Sonreí. Era muy sigilosa, pero los tacones a veces me delataban, y yo era consciente de ello. Me gustaba llevarlos por el estilo que destilaban, estilizaban más mi figura y podían hacer mucho daño... Además de que, cuando no trataba de pasar inadvertida, me encantaba el ruido que hacían sobre el suelo. Si realmente hubiera querido pasar inadvertida al 100%, me los hubiera quitado... pero me gustaba llamar la atención, incluso cuando trataba de ser sigilosa. Yo era un mar de contradicciones.

- No hay calzado más adecuado que éste - dije, mientras salía de las sombras y me acercaba a la desconocida - Una debe estar siempre guapa para cualquier ocasión, ¿no crees? No parece que tú lleves un vestuario muy cómodo, hermana.

Y tenía razón. Tal vez mis tacones no fueran discretos, pero mi ropa, pese a ser escandalosamente ajustada, era cómoda, perfecta para moverse y pelear, como una segunda piel sobre la mía. Ella, en cambio, iba únicamente vestida con hojas, y descalza... Miau, y luego era yo la provocadora. Hasta llevaba flores en su largo cabello rojo. Más llamativa no podía ser.

- Me gusta tu estilo, pelirroja. ¿De tiendas en plena noche? Así al menos no tendrás que esperar colas, ¿verdad? - le pregunté, con voz amable.

Ambas estábamos robando, eso estaba claro. Por eso me convenía llevarme bien con ella, fuera quien fuera, aunque sólo fuese por esa noche. Debajo de mi voz amistosa se podía entrever claramente un mensaje: "Ambas estamos aquí por el mismo motivo. Tú no me delatas y yo no te delato".
No recordaba haber visto su rostro en ninguna base de datos, lo sabía porque los había escudriñado concienzudamente en busca de datos sobre mí. Yo estaba en la lista de los más buscados por la policía, aunque, no pudiendo contar con una fotografía mía, y desconociendo mi identidad real, se habían tenido que conformar con publicar un dibujo de mí. Aquella mujer, en cambio, no parecía figurar en ninguna lista... a menos que estuviera tan bien disfrazada que fuera imposible reconocerla.

Estaba claro que, desde que Batman había hecho su aparición en Gotham, la ciudad se había llenado de delincuentes frikis con pintas raras y unos cuantos tornillos sueltos. Parecía una nueva moda... Quizá yo no era la más indicada para opinar sobre ello, pero al menos mi modelito, por muy sugerente que resultara, estaba creado con el único fin de hacerme pasar inadvertida en la oscuridad y ofrecerme agilidad, y no había sido yo la que me había apodado a mí misma "La Gata" o "Catwoman", como decían los periódicos, aunque ciertamente había aprovechado al máximo esos motes. Me gustaba ser un icono intrigante y misterioso, como lo era el murciélago.

De todas formas, tenía que reconocer que me gustaba el estilo de aquella mujer, por muy extravagante que resultara. Su estilo y su forma de hablar. Parecía tener carácter e ideas claras, parecía independiente... y además ladrona, aunque no trataba de imitarme. Eso me gustaba. Quizá podríamos llevarnos bien, del mismo modo que me estaba empezando a llevar bien con Maiwen, pese a ser muy distintas. Yo no tenía más amigos que mis gatos, y todos mis aliados eran meramente ocasionales, ya que me gustaba trabajar sola, a mi aire... Pero la idea de llevarme bien con alguien sin tener que mentir o traicionar era tentadora. Aun así, aún era muy pronto para especular. No podía confiar en nadie. Simplemente, tantearía el terreno. Su ofrecimiento parecía interesante.

- No tengo nada que disculparte. No tengo demasiada prisa, aún queda mucho para que amanezca y unos almacenes como éstos nunca están demasiado bien vigilados. He pirateado las cámaras para que no puedan grabar ninguna imagen nuestra mientras estemos aquí dentro. Dime qué estás buscando y quizá pueda ayudarte... Las mujeres tenemos que echarnos una mano entre nosotras, ¿no crees? - le dije, con una sonrisa.

¿Una planta? ¿Buscaba una planta? ¿Para eso tanto alboroto? ¿Qué pasa, no había plantas de sobra por la calle? Mantuve una expresión neutra, sin borrar la sonrisa amistosa de mi rostro. No era plan de cuestionarla u ofenderla, si era posible evitarlo. No quería más enemigos. Cada una a lo suyo.

- No sé mucho de plantas, pero me conozco bastante bien este lugar. Si buscas una planta, todas están en la sección de botánica. Si ésa que te interesa es tan importante, seguramente la tendrán expuesta en algún lugar destacado, no será difícil reconocerla. Si no está a la venta, estará protegida por algún cristal supuestamente irrompible, una contraseña, alguna alarma... Pero nada demasiado sofisticado. Esto es un centro comercial, no un museo, ni un banco. Y yo llevo siempre encima unos juguetitos con los que podría ayudarte a conseguir lo que deseas, hermana.

Ya había dejado el trato en el aire. Si ella lo aceptaba, me aseguraría de lograr algo provechoso a cambio de ayudarla. A mí su dichosa planta no me llamaba nada la atención. Ahora mismo no necesitaba nada en lo que ella pudiera ayudarme, ya que ya tenía mi uniforme bajo el brazo... pero contar con una aliada que estaba en deuda conmigo nunca venía mal.

Me quedé unos segundos pensando tras su respuesta. ¿Como tapadera? ¿Qué clase de planta es traída a un centro comercial escondida como tapadera? Sólo podía ser una especie protegida o muy venenosa. Eso captaba más mi atención. ¿Qué querría esa mujer de una planta así?

- Bueno, si es como dices, entonces sólo puede estar abajo, en el almacén. No hay muchos lugares en un centro comercial donde se pueda esconder algo así - le dije, mirándola con atención, estudiando las expresiones de su rostro - ¿Para qué quieres esa planta, hermana? ¿Qué la hace tan valiosa? Sólo es curiosidad. No voy a entrometerme en tus palnes, puedes estar tranquila. Tengo los míos propios, y no me gusta meterme en asuntos ajenos - me apresuré a añadir, con voz sincera. Y, en parte, así era... aunque, si la información era valiosa e interesante, sabía cómo darle un buen uso...

Estaba claro que aquella no era toda la información, pero que la pelirroja no quería compartir nada más conmigo, al menos de momento. Tampoco la podía culpar, si yo estuviera en su lugar, haría exactamente lo mismo. Decidí no insistir.

- No suelo hacerme llamar de ningún modo, pero ya sabes lo sensacionalistas y carroñeros que son los medios de comunicación. Ven algo llamativo cuyo nombre desconocen y se apresuran a ponerle algún seudónimo. En sus archivos, la policía se refiere a mí únicamente como "La Gata". Los periódicos me dan el nombre de "Catwoman" - dije, no sin mostrar orgullo en mi voz. Me halagaba saber que era lo bastante importante como para que la gente me buscara un nombre con el cual referirse a mí, a diferencia del resto de ladrones de poca monta - ¿Y tú? ¿Tienes nombre, o algo que se le parezca? - le pregunté.

Encaminé mis pasos hacia el almacén, situado escaleras abajo, esperando que mi acompañante me siguiera. Esperaba que, ya que estaba haciendo algo por alguien que no era yo misma, la acción mereciera la pena.

Un nombre exótico, sin duda. No pude evitar preguntarme cómo se nos vería a las dos juntas. Con nuestras pintas, seguro que llamábamos descaradamente la atención de cualquiera. Sonreí.

El almacén era bastante grande y estaba dividido por secciones, llenas de estanterías con cajas, todas etiquetadas y perfectamente embaladas. Una planta no podía estar dentro de una de éstas cajas, eso era evidente. Hubiera muerto por falta de oxígeno. Si lográbamos dar con la sección correcta, sería fácil localizarla.
Me puse a examinar carteles para identificar cuál era cada sección y deducir dónde podría estar. Quería hacerlo rapidito e irme a mi casa. Era cierto que nada me obligaba a hacerlo, pero sería útil conocer a alguien interesante que no tuviera ganas de matarme, sino de ayudarme, y eso era lo que me impulsaba a seguir allí buscando esa ridícula planta.

En ello estaba cuando oí un gritito ahogado. Me giré rápidamente... pero sólo era un juguete que Ivy había accionado sin querer.

- Ten más cuidado, hermna. No querrás que alguien nos oiga, ¿verdad? - le dije con voz cordial, aunque introduciendo un reproche disimulado en la frase. Aun así, había que reconocer que el juguete era siniestro. A mí tampoco me gustaban los payasos desde que había conocido al Joker. Ahora les tenía aversión - A ver, ven aquí y échame un cable. ¿Dónde crees que puede estar tu planta?

Miré a mi acompañante con una ceja levantada, sintiendo curiosidad y extrañeza al mismo tiempo. ¿Qué demonios estaba haciendo? Con los ojos cerrados y una expresión de concentración en la cara, parecía que estaba "escuchando" algo, algo que yo, a pesar de mis orejas sintéticas, no podía oír. Comenzó a andar y la seguí hasta que llegamos a su adorada planta. ¿Era esto lo que ella estaba oyendo? No me lo podía creer.

Cuando creí que nada podría sorprenderme, conozco a una mujer capaz de comunicarse con las plantas. Sí, la gente decía que yo podía hacer lo mismo con los gatos, pero no era verdad. Me llevaba bien con ellos, muchas veces comprendía sus gestos y su comportamiento... pero no podía entender exactamente lo que pensaban. Puede que, desde mi "renacimiento", hubiera adquirido una mayor agilidad y una especie de sexto sentido, pero seguía siendo una mujer normal, aunque los rumores sobre mis posibles habilidades gatunas (al igual que sobre aquello de que tenía 9 vidas) eran muy útiles a la hora de labrarse una reputación.

Al final resultó que ésa no era la planta que ella buscaba. Me encogí de hombros y la seguí sin quejarme. A fin de cuentas, a mí me pasaba algo similar con los gatos, aunque no pudiera "oírles". Aun así, tenía muchas ganas de terminar ya con aquella ridícula expedición y volver a casa. Seguro que Holly ya habría llegado y me estaría echando de menos.

- ¿Puedes oír a las plantas? - finalmente me decidí a preguntárselo, curiosa - ¿Podrás localizar la que andamos buscando? Recuerda que tenemos un tiempo limitado para seguir aquí dentro antes de que amanezca.

El caso es que, fuera cual fuera la forma de actuar de aquella mujer, me gustaba su estilo. Puede que ambas tuviéramos métodos distintos, pero los fines parecían ser los mismos: hacer lo que nos diera la gana sin tener que darle explicaciones a nadie, aunque fuera robando. Por un momento, y pese a mi perenne desconfianza, pensé en poder formar con alguien una alianza más duradera de las que formaba normalmente... pero, para qué negarlo, a mí me gustaba ir por libre. Aun así, un poco de ayuda femenina nunca venía mal. Las mujeres éramos mil veces más inteligentes que cualquier hombre. La observé de cerca, ligeramente por detrás de sus pasos, mientras escuchaba su respuesta.

- Bueno, me alegro de que quede poco para llegar hasta ella. No es que no disfrute de tu compañía, pero nuestro tiempo sigue siendo escaso... Y no sé si tú dormirás, pero a mí no me vendría mal una pequeña siesta - al día siguiente me esperaba un día ocupado y no podía cometer ningún error por estar falta de sueño.

Ante su pregunta, yo simplemente centré mi atención en mi cinturón, donde siempre llevaba toda clase de chismes y artilugios que servían a las mil maravillas en mi profesión: llaves maestras, alicates especiales, bombas de humo para huidas urgentes... de todo. Por supuesto que llevaba algo para abrir puertas.

- La duda ofende, querida - dije, con una sonrisa, mientras sacaba justo lo que necesitábamos - Permíteme.

Me acerqué hasta la puerta, me puse de rodillas y me limité a hacer mi trabajo. No fue nada difícil, había abierto puertas mucho más protegidas que ésta. Hice un par de maniobras y ella misma se abrió por sí sola.

Puede que estuviera siendo un poco pesada, pero me desesperaba la lentitud con la que se estaban desarrollando los acontecimientos. Yo siempre solía entrar, robar y salir, de forma rápida y silenciosa, de modo que mi presencia fuera completamente imperceptible, que no quedara rastro alguno de mi presencia allí. Cuanto menos tiempo se pasa en el lugar del delito, menos posibilidades hay de que te pillen. Sin embargo, aquella mujer parecía tomarse su tiempo, como si lo hiciera todo con una dulzura y delicadeza especial. Quizá se debía a eso de que consideraba a las plantas... ¿sus hijas? Podía entenderlo (o al menos intentarlo), pero aún así...

- No te preocupes, hermana, puedo quedarme un rato más. No quiero parecer maleducada - le dije.

En realidad mis ideas eran otras. No podía dejar que la pillaran, o cabía la posibilidad de que cantara mi nombre y el hecho de que yo estuve con ella. No, saldría con ella de este sitio, quisiera o no. Sonreí ante su halago y ambas atravesamos la puerta. Por fin parece que encontramos lo que ella estaba buscando. En este momento, su nuevo movimiento me deja sorprendida, aunque tengo la habilidad de no aparentarlo. ¿Plantas que brillaban en la oscuridad? ¿Qué demonios...? Bueno, al menos hemos llegado hasta la dichosa planta. ¿Para esto tanto rollo? Ni siquiera era bonita, estaba llena de espinas... pero para gustos, colores, supongo. Escuché con curiosidad como mi acompañante le hablaba a la planta. Ya no estaba tan sorprendida, de ella me esperaba cualquier cosa y, además, no era demasiado diferente a mí cuando hablaba con mis gatos, ¿no?

- De nada. Vamos entonces, te acompañaré a la salida. Me has caído bien, no quisiera que ni a ti ni a tu hija les pasara algo malo - dije, con una sonrisa.

Que ella desconfiara de mí un poco era comprensible, yo también lo hacía de ella. Pero, a diferencia de lo que pensaba el murciélago, la confianza no era el más valioso de los requisitos para un posible aliado, sino las necesidades... y las deudas. Si yo necesitaba algo y ella también, ¿qué había de malo en que nos aliáramos para conseguirlo juntas? Y, si hoy era yo quien la ayudaba, la próxima vez quizá sería ella quien me ayudara a mí. Siempre que hubiera una meta, un deseo, podría encontrar un buen trato que hacer, y la alianza duraría hasta que ambas consiguiéramos lo que queríamos. Eso era ser buenos aliados. La lealtad o la confianza estaban sobrevaloradas.

Retomé mis anteriores pasos. Saldría por donde había entrado, como seguramente haría ella, por lo que tendríamos que desandar lo andado hasta el punto de encuentro. Observé un reloj que había colgado de la pared. Aún me quedaban algunos minutos para salir y volver a poner en funcionamiento las cámaras desde fuera. Nadie sabría quién había entrado a robar, seríamos como fantasmas. Vi que se sorprendía cuando yo hablé de la planta como si ésta fuera su hija, tal y como había oído. A menudo olvidaba que los demás ignoraban que mis "orejas" de gato, cuando no estaban siendo usadas como gafas de visión nocturna, me ayudaban a oír mejor, incluso los ruidos que se producían en el piso de arriba. Aun así, desde mi muerte y resurrección, siempre había tenido un buen oído, y no había necesitado de las orejas sintéticas para escuchar como ella hablaba así con la planta.

- Oh, sí que he robado - dije, con una sonrisa, mostrándole la bolsa que llevaba, donde se encontraba el traje de criada - La verdad es que no es gran cosa. Estoy acostumbrada a requisar objetos mucho más bonitos, caros y brillantes... Pero no me apetecía dejarme el sueldo en un disfraz, así que... - llegamos hasta el lugar donde todo había empezado y me coloqué justo en frente de ella - ¿Quieres salir por donde has entrado... o vienes conmigo por la ventana? Eso queda a tu elección.

Puesto que ella había aceptado, dirigí mis pasos hacia la ventana, no sin antes mriar el reloj que pendía de la pared de en frente. Perfecto, nos daba tiempo a salir sin problemas. Levanté el cristal de la ventana de sus sitio el espacio suficiente para que mi acompañante pudiera salir por él. Ella primero, por supuesto, y no por educación, sino porque no me gustaba tener a nadie a mis espaldas. Mejor poder ver siempre a los demás delante, para estar segura de cuáles serán sus movimientos y de que no harán ninguna estupidez.

- Yo he venido por los tejados. Si tú no puedes o no quieres hacer lo mismo, hay un árbol justo delante de este edificio, lo bastante cerca como para poder agarrarte a él sin saltar, y sin tener que jugarte el cuello haciéndolo. Además, tú adoras las plantas, ¿no?

A pesar de cómo pudieran haber sonado aquellas palabras, no lo dije en tono irónico. Sabía que no todo el mundo compartía mi misma agilidad. Me eché el disfraz al hombro y saqué mi látigo. Con un chasquido, logré engancharlo a la primera en el alféizar de un tejado que se encontraba delante del de los grandes almacenes. Ahora sólo me quedaba balancearme sobre él, agarrarme fuerte y llegar hasta allí... un juego de niños para mí. Sonreí, encantada de poder volver a los tejados, mi hábitat natural... además de que no me avergonzaba reconocer que estaba algo cansada, y que quería dormir un poco antes de mañana. Sería un día interesante. Me volví una última vez hacia aquella mujer.

- Ha sido un palcer conocerte, hermana. Espero que volvamos a vernos en otra ocasión. Se ve que no trabajamos mal juntas, ¿no?