¿Cazador o presa? (Harvey Dent y Dick Grayson)

Los Narrows. La zona más conflictiva de Gotham City, un nido de ratas separada del resto de la ciudad por un puente y prácticamente dada por perdida por la policía; nadie que aprecie su vida se metería en un lugar así, policía o no, y mucho menos cuando la noche a caído. Irónicamente, eso es exactamente lo que estoy haciendo. Debo ser cautelosa en mis desplazamientos, deslizarme discretamente de edificio en edificio y fundirme en las sombras tal y como se me ha enseñado, porque si alguien me descubre mi vida valdrá menos que nada; ni siquiera mi traje con kevlar reforzado servirá para protegerme si se corre la voz de que Batgirl se ha internado en solitario en los Narrows, por no hablar de que mis planes de averiguar dónde tiene Dos Caras los planos o qué pretende hacer con ellos, se irán al traste. Siento que esta será mi prueba de fuego, la prueba definitiva de si estoy o no lista para ser una superheroína nuevamente: si salgo de esta con vida, me habré demostrado a mí misma que puedo hacerlo, que vuelvo a ser la misma Babs de antes; si no...alguien tendrá que explicarle a mi padre por qué su hija no volverá nunca más a casa, y a Bruce que nunca más volveré a entrenar con él. Aquel pensamiento casi me hace cambiar de idea. Casi. Bruce se preocupará en cuanto se entere de lo que he hecho, me preguntará por qué no le pedí ayuda y se sentirá decepcionado; aún no comprende que necesito hacer las cosas por mí misma, que no puedo dejar que me proteja para siempre. Tengo que hacer esto, y tengo que hacerlo yo sola.

Me detengo en la azotea de un edificio, utilizando mis conocimientos de artes marciales para acomodar mejor el peso y amortiguar el sonido de mi aterrizaje, fundiendome en las sombras rápidamente. Desde allí puedo controlar una amplia extensión de los Narrows y su laberinto de callejones apestosos y humeantes, vigilar los distintos encuentros que en ellos tienen lugar. Trapicheos, encuentros de prostitutas con sus clientes...esta zona es una muestra más que evidente de la decadencia de Gotham City y de en lo que puede llegar a convertirse si el creciente índice de criminalidad no se ataja de raíz. La sangre me hierve al ver toda esa miseria y esa pobreza, pero me obligo a ignorarla, por mi propio bien: esta noche vengo con un objetivo concreto y no puedo dejar que nada me distraiga de él; un paso en falso podría suponer mi muerte. Compruebo la hora y saco mis prismáticos, enfocándolos a uno de los callejones. Si mi fuente está en lo cierto, allí se van a reunir varios de los hombres de Dos Caras para un intercambio; no tendré mejor ocasión de atrapar a uno de ellos para poder interrogarle. Mi impaciencia crece a medida que los minutos pasan y nadie aparece en el callejón. ¿Mi fuente me ha mentido? ¿Ha habido algún cambio en el plan? Finalmente me calmo al ver llegar a los hombres, dos desde cada lado del callejón. Los observo un rato a través de los prismáticos, comprobando que mi información es fiable y no va a haber sorpresas, y por fin me dispongo para atacar.

El salto al vacío es revitalizante, envía una descarga de adrenalina a todo mi cuerpo mientras caigo en esos instantes que tarda el cable del gancho en tensarse y enviarme balanceándome hacia el frente. Caigo sobre ellos como una sombra; son hombres bien entrenados y armados hasta los dientes, Dos Caras no escoge a cualquiera como su matón, el efecto sorpresa es mi mejor aliado y debo aprovecharlo bien. Dos de ellos caen en mi primer envite, sin tiempo siquiera de percatarse de qué está sucediendo. Con los otros dos no tengo tanta suerte, sin embargo; ambos sacan sus pistolas y comienzan a dispararme mientras tratan de perseguirme; la suerte está de mi lado, sin embargo, ya que cuento con la ventaja de que el callejón es estrecho y apenas iluminado, el lugar perfecto para fundirme entre las sombras. Los disparos rebotan a mi alrededor mientras corro a toda velocidad hacia uno de ellos y arrebato el arma de una patada en las manos, que luego sujeto con las mías para utilizar como apoyo y propinar una serie de rodillazos al estómago y a la cabeza, finalizando con un rodillazo dirigido a la barbilla que lo manda tambaleándose hacia atrás hasta chocar con el muro con fuerza, cayendo inconsciente y resbalando hasta el suelo. El otro hombre se ha detenido en medio de la oscuridad al ver a su compañero chocar contra la pared, y utilizo ese momento de duda para arrojarme sobre él por la espalda, derribándolo al suelo y haciéndole perder su arma. Me siento a caballo sobre su cintura para asegurarme de que no se va a levantar y le ato las manos a la espalda con ciertas dificultades, ya que no deja de resistirse y retorcerse hasta que, con un gesto rápido, golpeo su cabeza contra el suelo, lo suficientemente fuerte como para disuadirle de futuros intentos pero no lo bastante como para dejarle inconsciente o mareado. Una vez finalizo mi trabajo, le pongo en pie y lo apoyo contra la pared, presionándole contra los ladrillos cubiertos de graffitis.

-¿Qué sabes de los planos robados por Dos Caras? -pregunté, cambiando mi voz ligeramente para hacerla más ronca, más amenazadora y más difícil de reconocer, como Bruce me había enseñado.- ¿Qué pretende hacer con ellos, dónde los guarda?

El hombre se resiste y trata de soltarse, por lo que le golpeo nuevamente contra la pared.

-¡Habla! ¿Qué quiere hacer con los planos? -repetí, aumentando la amenaza de mi voz.

-No se nada -el hombre tose y se retuerce un poco.- Y tú tampoco deberías pretender saber nada si no quieres acabara mal, jodida cría entrometida -trata de darme un cabezazo, pero yo soy más rápida y le propino un codazo directo a la nariz.- ¡Zorra! ¡Pagarás por esto!

-¡Dónde están los planos! -grito, esforzándome por mantener mi voz ronca.

El hombre se ríe y se retuerce, tratando de liberar sus manos, negándose a darme las respuestas que necesito. Y el tiempo se me agota.

El matón sigue sin soltar prenda y yo me estoy poniendo más y más nerviosa a cada momento: a cada segundo que paso en los Narrows aumentan las probabilidades de que algo salga mal y terminen descubriéndome. Además, está claro que el pobre diablo que tengo atrapado contra la pared no tiene ni idea de dónde están los malditos planos, continuar interrogándole en ese sentido sería una pérdida de tiempo, y tiempo es lo que menos puedo permitirme perder ahora mismo. Tengo que salir de aquí enseguida, pero irme con las manos vacías y de este modo sería un fracaso que no puedo soportar; necesito al menos obtener algo que me pueda resultar útil en mi investigación. Mientras pienso, lanzo una rápida mirada a mi alrededor para asegurarme de que sigo sin ser descubierta, y lo que veo me tranquiliza en parte: los compañeros del gorila atrapado siguen tendidos a mi alrededor, justo en el lugar en el que cayeron durante la pelea, y no hay ruido de coches ni nada que pueda indicar una posible emboscada o un espía. Aún así, no debo confiarme. Vuelvo la mirada rápidamente al rostro de mi rehén y me doy cuenta del aspecto aturdido y desmejorado que tiene: está sangrando por la nariz debido al codazo, y unos cuantos arañazos que se ganó cuando lo esposé en el suelo, y probablemente los golpes vayan a convertirse en moratones si siguen oscureciéndose de ese modo. De este no voy a sacar nada más, eso está claro, y tampoco es mi intención matarle con mis atenciones, así que lo mejor será que me retire y piense en mi siguiente movimiento a salvo entre las sombras de las azoteas.

Pero antes de que tenga tiempo siquiera de hacer un gesto para soltarle, siento el frío metal de una pistola posarse sobre mi nuca, entre mi espesa mata de cabello pelirroja, en el hueco que queda entre la máscara y el traje de kevlar reforzado. Instantáneamente abro las manos y dejo caer al matón al suelo, quedándome quieta, sin apenas atreverme a respira: Dos Caras es un hombre muy voluble, y en cualquier momento podría cambiar de opinión y decidir acabar conmigo.

-Creo que voy a tener que rechazar tu generosa oferta -murmuro, volteándome y agachándome en un gesto rápido, y proporcionándole un fuerte golpe en el codo para apartar la trayectoria de su arma de mis proximidades.

Le barro las piernas con un golpe seco, tratando de derribarle, y aprovecho que está desequilibrado para retroceder rápidamente y poner algo de distancia entre ambos, confiando en que el kevlar de mi traje me protegerá de las balas si decide dispararme.

-No esperaba encontrarme contigo esta noche -confesé.- Pero creo que me alegro de haberme equivocado...al menos ahora podemos tener una charla tú y yo, ¿no crees? -ofrecí, sacando de mi cinturón un batarang normal y uno concusivo.- ¿Por qué no me cuentas qué es lo que quieres hacer con esos planos robados?

El corazón me late acelerado y no es solo a causa del ejercicio súbito que acabo de hacer para escapar del alcance de Dos Caras, pero me esfuerzo por mantener la calma y analizar la situación fríamente: estoy sola en un callejón de los Narrows, con el ex-fiscal del distrito convertido en mafioso apuntándome con una pistola y sin posibilidad de obtener ayuda, ya que tanto Batman como Nightwing se encuentran fuera de la zona, con la dificultad añadida de no poder hacer excesivo ruido que atraiga atenciones indeseadas y la posibilidad de que en cualquier momento los hombres a los que he puesto a dormir se despierten. En general, la cosa pinta bastante bien: al menos conservo mi armamento intacto y cuento con el gancho para huir por los tejados si las cosas se ponen demasiado feas, aunque espero no tener que escapar tan pronto.

Me enderezo y le contemplo, el acre olor de la pólvora de la otra pistola invade el callejón y se pega al paladar, provocando una sensación desagradable en la garganta y evocando recuerdos desagradables en mi mente, recuerdos de una noche hace tres años que en estos momentos me conviene apartar y olvidar.

-Mi padre siempre me ha dicho que tenga cuidado con los juegos de azar -respondo por fin.- Dice que son adictivos -agregué, lanzándole el batarang a la mano para obligarle a soltar el arma.- Vamos, señor Dent ¿es esa la forma en que trata usted a una dama? -pregunto, alzando levemente el otro batarang con gesto amenazador.

Dos Caras lanza la moneda al aire y por unos instantes ambos nos quedamos absortos contemplando los giros y vueltas de esta en el aire mientras revolotea, aguardando que caiga y selle la forma en que continuará la situación: si sale la cara, existe una posibilidad mínima de que esta excursión a los Narrows termine bien para mí, con alguno de mis objetivos cumplidos; si sale marcado...entonces de verdad espero que su puntería sea igual de inexistente que su cordura o me temo que por mucho kevlar reforzado que lleve el traje, Bruce y mi padre tendrán nuevos motivos para vestir de luto. Contengo la respiración y aprieto los batarangs en mi mano, tensando el cuerpo en preparación de que la moneda caiga con el lado marcado. Sé que de ser así, solo tendré una oportunidad de salir de allí antes de que todo se me venga encima: por muy bien armada que me encuentre, el tiroteo atraerá atenciones no deseadas y aún no estoy lo bastante segura ni lo bastante recuperada como para enfrentarme a todo lo que se me pueda venir encima. En otro tiempo, antes del ataque del Joker, me hubiese enfrentado sin miedo a todo aquel que se interpusiese entre mí y mis objetivos sin dudarlo, con el entusiasmo y el valor característicos de quien se cree invulnerable...pero eso fue en otro tiempo, antes de que la realidad disfrazada de payaso grotesco viniese a mi encuentro, a darme una lección que jamás olvidaré por mucho tiempo que llegue a vivir.

Que puede que no vaya a ser demasiado, dependiendo de si la suerte está o no de mi lado en esta noche. Y teniendo en cuenta que de momento nada ha salido tal y como yo lo he planeado, no me siento especialmente optimista al respecto.

Finalmente la moneda cae con un ruido sordo sobre su mano, y aunque está demasiado lejos y el callejón está demasiado oscuro para que pueda ver el resultado, cuando la guarda en un bolsillo y responde a mi comentario inmediatamente siento el alivio recorrer mi cuerpo: parece que por el momento la suerte ha decidido indultarme. Comienzo a respirar nuevamente de forma discreta, sin relajar la postura ni un ápice en ningún momento.

-Eh, puede que sea joven pero de ahí a niña hay un trecho -contesto, siempre me ha molestado que me tomen a la ligera por lo escaso de mi estatura y lo aniñadas de mis facciones, pero no dejo que eso me afecte.- Vamos señor Dent, usted antes era un buen hombre, decidía su propia suerte y defendía la justicia, ¿no? ¿De verdad cree que lanzar una moneda al aire es justo? ¿Matar a un inocente porque la moneda se lo ha dicho es justo? -tanteo.- ¿Qué hay de justo en barajar tan solo dos opciones?

Necesito distraerle, relajarle un tanto, hacer que baje su arma y quizás de esa forma pueda ir guiando la conversación por mi terreno y obtener algo de información provechosa. O al menos, salir con vida esta noche de los Narrows, que es más fácil decir que hacer.

Parece que de momento mi plan está funcionando, al menos en parte: la conversación le ha distraído un tanto y no ha vuelto a intentar matarme, pero el arma sigue en su mano y sostenida con firmeza; necesito continuar por este camino y hacer que baje el arma, o engañarle para que me cuente lo que quiero saber. No será fácil, ni lo uno ni lo otro: Dos Caras es un hombre inteligente y peligroso, y su mente discurre por derroteros que una persona normal no puede seguir. Debo tener mucho cuidado y escoger bien cada una de mis palabras y de mis acciones si no quiero terminar como un fiambre abandonado en el suelo de este callejón.

Muevo la cabeza un poco de un lado a otro lentamente y frunzo ligeramente el ceño tras la máscara. ¿Es un cambio en su voz lo que he detectado? Había escuchado antes que en ocasiones se pueden percibir las diferentes personalidades de Dos Caras cuando habla, pero esta es la primera vez que lo compruebo personalmente. Es algo a tener en cuenta: si consigo que entre en conflicto consigo mismo más aún, quizás pueda convencer a una de sus personalidades de que contarme sus planes es lo justo.

-¿Qué clase de justicia es la mía? Yo me levanto y lucho por los que no lo harán por ellos mismos -respondo con tranquilidad.- Doy la oportunidad de estar en las mismas condiciones a aquellos que están menos favorecidos y la opción de defenderse a los corruptos -comento.- Equilibro la balanza... ¿no es eso lo que haces tú lanzando tu moneda, Dos Caras? Das las mismas opciones a todos, ¿no?

Le miro a los ojos fijamente, tratando de detectar el más mínimo gesto de interés por su parte en mis palabras.

-Y si equilibrar la balanza es lo que haces siempre, ¿no crees que lo justo sería darme algo de información? Sabes el motivo por el que he venido yo aquí esta noche, pero yo no sé por qué estás tú aquí, ¿acaso eso es justo? -sé que me estoy arriesgando, que podría lograr el efecto contrario del que quiero, pero aún así debo intentarlo.-

Otra vez lanza la moneda y otra vez mi mirada sigue la tratyectoria atentamente. Algo me dice que no está decidiendo si responder a mi pregunta o no, sino algo mucho más serio; por ello me aparto ligeramente a un lado, quedando descentrada de su línea de tiro de forma que si decide dispararme tendrá que volver a apuntar, dándome tiempo suficiente para apartarme o escapar. Pero parece que por el momento mi precaución no será necesaria, porque nuevamente contempla el resultado de su tirada y responde a mi comentario. Contengo un bufido exasperado, sabía que tarde o temprano me pediría algo semejante, y eso es una de las pocas cosas que no estoy dispuesta a hacer, ni siquiera para obtener la ubicación de los malditos planos robados.

-Mi secreto no es mío -respondo, serena.- Llevo la máscara para proteger a otros, no a mí misma. Si me quito la máscara los pondré en peligro, y ¿acaso sería justo para ellos?

Me muevo despacio tratando de mantenerme en las sombras todo lo que puedo. Necesito quitarle ese arma de una vez para reducir los riesgos de que me pegue un tiro si la moneda se lo dice, pero cuento con escasos medios en el callejón y juego con la desventaja añadida de que no puedo causarle un daño excesivo o permitir que dañe a sus secuaces caídos aunque sea por accidente. Mi mente trabaja a toda velocidad en busca de una solución, y finalmente doy con una. Es arriesgada, pero debo intentarlo al menos: con la mano que tengo sumergida por completo en las sombras, lanzo uno de mis batarangs concusivos directo a su codo, que resuena de una forma desagradable al recibir el impacto. Extiendo el brazo y abro la mano para recoger el batarang, que golpea mi palma almohadillada por los guantes de kevlar con un chasquido seco. Mi rostro se curva en una sonrisa. Parece que esta noche estoy tomando muchos riesgos.

-No me gusta hablar con armas de por medio, señor Dent -murmuro.- No voy a preguntarle más por los planos, pero quiero saber una cosa: ¿de verdad está completamente de acuerdo en lo que va a hacer? ¿Los dos lo están? -pregunto, refiriéndome a su doble personalidad. Si tan solo consiguiese hacer que discutan...podría revelarme algo interesante.

De nuevo el impacto de metal contra el suelo resuena por el callejón al caer el arma de Dos Caras, y el olor acre de la pólvora se extiende entre nosotros, añadiéndose a los restos que ya flotaban del anterior impacto. Contengo el impulso de frotarme la nariz, ahora estoy segura de que el olor no se me irá de la nariz y del paladar hasta dentro de un buen tiempo. Dos Caras está extrañamente tranquilo, no ha hecho gesto alguno de intentar recuperar cualquiera de sus dos armas caídas, y eso es una mala señal: es un hombre de recursos, no dudo que tendrá algún as en la manga, quizás otra pistola o un cuchillo o algo así, ocultos en su traje. Y aunque no sea así, que le haya quitado la pistola no le convierte automáticamente en inofensivo: ¿quién sabe lo que podría llegar a hacer si se siente lo suficientemente presionado? Tengo suerte: estoy segura de que no me considera realmente amenazado por mí debido a mi escasa estatura y mi apariencia poco imponente aún con el traje, y conoce el código que la mayoría de los vigilantes tenemos, que nos impide matar. Pero eso mismo también es una desventaja para mí: si no se siente lo bastante arrinconado es muy poco probable que cometa un error y me revele algo de interés. La misión de esta noche va a ser un fracaso absoluto si no consigo engañarle y confundirle, y eso tampoco será poco de pavo: para lograrlo tendría que saber cómo piensa, y pensar como él sería adentrarme en terreno peligroso. Estoy caminando sobre una cuerda floja, cualquier paso en falso me hará caer al vacío sin remisión.

-No pretendo jugar con usted, señor Dent -respondo.- Solo quiero tener una conversación con usted, y es desagradable hablar con un arma apuntándote todo el rato -comento. Poso una mano sobre mi cinturón- ¿esto? No es más que el material necesario para que una chica pueda caminar tranquila por estas calles. Una no es nunca lo bastante precavida.

Aparto la mano del cinturón, ocultando en la palma el batarang de cuchilla que he sacado aprovechando el gesto.

-Usted estudió derecho, como bien me ha dicho, señor Dent. Corríjame si me equivoco, pero ¿no es robar un delito? ¿Dónde está la justicia en cometer un delito? El fin no justifica los medios.

Me pregunto qué estará pasando por su mente en estos momentos. Otro en mi situación pensaría que tiene todo bajo control y que ha convertido a Dos Caras en una criatura indefensa a su merced, pero se equivocaría de medio a medio; no es la primera vez que trato con gente como él, y la experiencia me dice que son como lobos rabiosos: cuando están acorralados es cuando más peligrosos se vuelven. Y a eso hay que añadirle la variable de la moneda con la que toma todas las decisiones: el azar es peligroso, cuando crees que lo tienes de tu parte cambia drásticamente, y siento que esta noche ya lo he tentado demasiado. A partir de ahora debo obrar con el doble o el triple de precaución que antes, o esta encantadora reunión en el callejón podría acabar en tragedia.

Durante unos momentos ninguno de los dos dice nada, y me pregunto si no estará intentado aplicar contra mí alguna de las técnicas que empleaba cuando era fiscal. Gracias a mi padre conozco el valor del silencio y su utilidad: puede ser empleado como un arma o como una herramienta de defensa, y siempre se puede volver contra ti si no eres cuidadoso. Me limito a contemplarle y examinar cada uno de sus gestos, tratando de no inquietarme por la atmósfera tensa que parece haberse instalado en el callejón y que prácticamente puede cortarse con un cuchillo o con uno de mis batarangs, pero no puedo evitar que los nervios hagan cierta presa en mi estómago. Sus ojos se dirigen a las pistolas caídas a pocos pasos, situadas entre ambos, y me cuesta toda la práctica que tengo en disimular no fruncir el ceño: sabe que le estoy examinando, que cada uno de sus gestos está siendo contemplado con lupa y catalogado, entonces ¿por qué, si pretende coger las pistolas, ha hecho un gesto tan obvio? A no ser que realmente me considere una idiota incapaz de fijarse en esas cosas y ese sea su plan...o quizás es todo una maniobra de encubrimiento y está planeando algo completamente distinto. No lo sé, y la incertidumbre es casi peor que tortura. Me siento como cuando era Oráculo y monitorizaba las actuaciones de Dinah y las demás, solo que ésta vez no estoy sentada a salvo en mi torre, aguardando espectante noticias de mi equipo, la confirmación de que no las habían matado por mi culpa; en ésta ocasión soy yo la que estoy en el campo, sabedora de que todo depende de mí. Ahora puedo comprender con claridad cómo se sintieron más de una vez, y mis manos enguantadas aprietan con fuerza los batarangs, como si estos fuesen salvavidas y yo una náufraga en medio de la nada.

-Creo que se enfadarían si les quitas su oportunidad -respondo, y mi voz sale serena y calmada, lo cual es un alivio porque en mi interior estoy de todo menos tranquila.- Ya sabes, a la gente le suele sentar mal que se les adelante un recién llegado a la lista -bromeé.

Enarco una ceja al escucharle.

-¿Las vidas que has salvado? -pregunto.- Corrígeme si me equivoco, pero ¿no fueron tan solo "daños colaterales"? Tu objetivo siempre fue otro, imponer tu justicia y lo que crees que es correcto. Cambiar el mundo de acuerdo con lo que crees que es justo... -murmuro.

Sus palabras me recuerdan demasiado a las palabras de Ra's al Ghul, el contenido general de lo que está diciendo es similar a la filosofía del líder de la Liga de las Sombras. Mis ojos se abren más y de pronto siento como si me llenasen de plomo el estómago, cuando comienzo a intuir lo que podría estar pasando: si realmente ambos se parecen tanto como creo, entonces ambos podrían haber llegado a la misma conclusión.

-Pero para que algo así dé resultado hay que empezar de cero, ¿no? -comento en tono casual.

Siento la tensión crecer en mi estómago e ir trepando, amenazando con atenazarme la garganta e impedir que mi voz salga clara y serena. Me pregunto si antes del incidente con el Joker, antes de quedarme paralítica, también me sentía así de asustada en situaciones como ésta, pero supongo que no: por aquel entonces tenía aquella sensación de irrealidad cada vez que me ponía el traje, creía que pasase lo que pasase nada malo podía sucederme realmente...hasta que la realidad vino a tocar a mi puerta aquella noche. Todavía hace muy poco que he dejado la silla atrás, y pasará un tiempo hasta que vuelva a sentirme segura aquí fuera, al pie del cañón, y aún así estoy segura de que ya no será como antes: esa sensación de invulnerabilidad no va a volver, el Joker se la llevó consigo la noche que me atacó. Y en cierto modo es mejor así: por mucho que mi aspecto diga lo contrario, ya no soy una niña y tengo que ser plenamente consciente del riesgo que conlleva cada una de mis acciones y de las consecuencias que éstas pueden tener.

Le escucho hablar. He dado en el clavo por lo que veo, y aunque eso signifique que mi pequeña excursión de esta noche no ha sido en vano, el horror que siento al saber en parte lo que planea ahoga el alivio o la satisfacción conmigo misma que esta pequeña victoria pueda proporcionarme. Si éste hombre y Ra's al Ghul llegan a conocerse en algún momento...Contengo un escalofrío, y por culpa de esa súbita oleada de pavor por poco me pierdo los movimientos sutiles que está llevando a cabo. Se ha detenido sobre las pistolas, pero no estoy segura de qué es lo que pretende realmente. Lo mejor será que me retire cuanto antes, porque esta noche no obtendré más información de él, pero no quiero parecer una cobarde.

-Algunos llamarían a eso renacer -murmuro en respuesta, pensando en mi propia situación: volver a andar después de tanto tiempo es como haber nacido de nuevo para mí.- De todas formas, lo mejor es probar con métodos no invasivos, señor Dent -añado. Sus ojos tienen un brillo peligroso e intuyo que está a punto de atacar, así que saco el gancho de mi cinturón con un movimiento fluido y lo lanzo a la cornisa.- Bueno, ha sido una charla encantadora, señor Dent -comento casualmente.- Pero creo que es hora de que nos despidamos...

Apenas he comenzado a elevarme cuando escucho sus palabras y un escalofrío involuntario me recorre la espalda. No me equivocaba cuando pensé que estaba a punto de atacar: apenas ha terminado de hablar y ya se está avalanzando sobre mí, que colgada del gancho como estoy me encuentro a merced de sus ataques. Encajo el golpe en el estómago sorprendentemente bien gracias al kevlar reforzado de mi traje, que absorve la mayor parte del golpe y solo me deja ligeramente dolorida, pero aún así no puedo evitar salir despedida hacia atrás por el impulso. La sorpresa me hace abrir las manos y soltar la pistola de gancho, que asciende a toda velocidad sin mi peso lastrándola, perdiéndose en los tejados con un chasquido. Parece que por esa ruta no escaparé.

El kevlar de mi traje es resistente, pero no lo bastante como para absorver el impacto contra la pared. El golpe me deja sin aire y aturdida unos instantes, y tardo unos instantes en poder incorporarme un poco.

-Creo que le gustaría más que te tomases unas vacaciones en Arkham -respondo, fulminándole con la mirada.

Se ha remangado la camisa, y sus ojos brillan de una forma siniestra y demente. Si en algún momento hubiese tenido alguna duda sobre el estado mental de Dos Caras, ahora todas estarían despejadas. Está loco, y esa locura lejos de hacerle inofensivo, le vuelve el doble de peligroso. A partir de ahora debo extremar las precauciones y buscar una forma de escapar cuanto antes, porque él no dudará en matarme en cuanto se le presente la oportunidad.

Hago un repaso mental de lo que me queda en el cinturón: apenas tengo un puñado de batarang de cuchilla, una bomba de humo y uno eléctrico. Si juego bien mis cartas tal vez pueda salir de aquí por mi propio pie y relativamente ilesa. Me pongo en pie de un salto y le arrojo los batarang de cuchilla, uno tras otro, tratando de detener su avance. Tengo que mantener las distancias entre ambos, debido a mi escasa altura si me pone la mano encima estoy perdida.

Las cuchillas se le clavan en los brazos descubiertos con un sonido pegajoso y desagradable, pero Dos Caras no parece especialmente afectado: molesto, pero no especialmente dolorido, y sus pasos no se detienen. Me pongo en posición defensiva mientras le contemplo extraer una por una las cuchillas, y me sorprendo al ver que en lugar de dejarlas caer al suelo junto con la única que falló su objetivo, se las guarda en la mano: las hojas son extremadamente afiladas, por eso acostumbro a manejarlas solo cuando llevo guantes. Por su brazo y entre sus dedos comienzan a deslizarse unos hilillos de sangre, desde los cortes abiertos por los filos de las cuchillas, y junto con el silencio tenso que ha hecho presa del callejón, todo cobra un tinte de surrealidad y de película de terror.

Pero, por si tenía alguna duda, su gancho en el estómago me recuerda que todo esto es real. Desgraciada y terriblemente real. Me doblo un poco sobre mí misma, tratando de separarme y de impedir que me siga golpeando: el kevlar de mi traje es resistente y absorve la mayor parte de los impactos, pero no todo, y comienzo a sentirme dolorida y magullada. Sospecho que, cuando me quite el traje esta noche, tendré un bonito mosaico morado adornándome el abdomen. Tomo aire y decido que, por muy bien que se me dé hacer de saco de boxeo, ha llegado la hora de contraatacar. Aprovecho su siguiente golpe para aferrar sus manos, echando una pierna atrás e inclinándome hacia adelante, y usándolo como puente y apoyo, doy un salto y le propino una patada en la barbilla con ambos pies juntos. Completo la vuelta con el impulso y caigo de pie en la misma posición que antes, buscando con la mirada un hueco por el que escapar, pero la única forma de salir de aquí es a través del ex-fiscal del distrito. Le barro las piernas de una patada, tratando de desequilibrarle, y le propino dos puñetazo en el lado bueno de la cara, uno con cada puño, antes de saltar por encima de él para tratar de llegar a la salida del callejón. Solo espero que la capa no me juegue una mala pasada.

Apenas he dado un par de pasos para alejarme de mi atacante cuando siento un brusco tirón en el cuello que me ahoga durante unos instantes. Pierdo el equilibrio y por unos segundos lo veo todo negro, hasta que siento un fuerte dolor en el rostro que me hace verlo todo rojo; el impacto termina por desequilibrarme del todo y derribarme de espaldas al suelo. Caigo con un golpe sordo que me saca todo el aire de los pulmones y me deja aturdida, incapaz de reaccionar por unos momentos. Estoy atontada, aturdida, y en mis oídos resuena un fuerte pitido que casi ahoga el grito de Dos Caras. Parpadeo tratando de despejarme, la sensación de alarma crece en mi interior: ¡no puedo morir así! ¡he quedado con Dinah para comer mañana!

Por absurdo que parezca, este pensamiento me da las fuerzas que necesito para librarme del embotamiento. Cuando mis sentidos regresan por completo, no es en absoluto una sensación agradable: recibo protestas de prácticamente cada centímetro de mi cuerpo, especialmente de las costillas. Los golpes en la espalda siempre me alarman y me inquietan, pero tras mover ligeramente los dedos de los pies siento el alivio recorrerme nuevamente. No dura mucho, por supuesto: Dos Caras se ha inclinado sobre mí, su rostro es prácticamente lo único que veo...eso y la cuchilla de uno de los batarangs que le lancé antes. Siento como la hoja se hunde levemente en la piel de mi mejilla, comenzando un trazo que solo deja dolor y un hilillo de sangre a su paso. Aprieto los dientes, no pienso gritar, no voy a darle esa satisfacción. El Joker no pudo conmigo, la bala no pudo conmigo, la parálisis no pudo conmigo, y Dos Caras tampoco va a poder conmigo.

Alzo un brazo y le propino un puñetazo en la nariz con todas mis fuerzas, seguido de un golpe al codo del brazo con que me está cortando la cara. La hoja se hunde unos milímetros más en mi piel antes de salir por completo, y yo ruedo hacia el lado contrario, poniéndome en pie de un salto. Le propino una serie de patadas en el estómago acercándome cada vez más, hasta que finalmente tomo su rostro entre mis manos y le doy un fuerte rodillazo. Siento la sangre resbalar por mi mejilla, tibia y molesta, haciéndome cosquillas y distrayéndome parcialmente.

-¡Batman no te hizo! ¡Tú eras un hombre bueno al que le pasaron cosas malas, pero Batman no tuvo la culpa de nada! -replico, limpiándome la sangre de la mejilla con el dorso de la mano, a sabiendas de que en cuanto la retire mucha más comenzará a caer.

Me alejo, retrocediendo varios pasos; nuevamente he quedado arrinconada entre él y el fondo del callejón. Mi respiración está alterada por los esfuerzos y el dolor, y mis ojos no dejan de barrer el callejón en busca de cualquier cosa que pueda utilizar para obtener ventaja sobre mi contrincante. Lentamente mis dedos acarician mi cinturón, donde tengo guardado mi último batarang de shock. Debo aguardar el momento preciso, ya que solo tendré un tiro: si fallo, mi situación pasará de ser peligrosa a ser desesperada.

La sangre oscura mancha los guantes de mi traje, su color rojizo contrastando vivamente con el amarillo de la tela. Observo el brillo del líquido que se está secando durante unos instantes, y luego aparto la mirada. Siento la sangre correr por mi mejilla nuevamente desde los cortes, desde los que emana un ligero escozor, haciéndome cosquillas y provocando una sensación molesta que me desconcentra levemente. La caída de antes me ha dejado ligeramente aturdida y aún no consigo sacudirme ese sopor de encima, pero si no me doy prisa, puede que nunca tenga la oportunidad de hacerlo: los ojos de Dos Caras son dos ventanas a la locura, y en ellas puedo ver claramente que estos últimos golpes le han quitado las ganas de jugar. Ahora ya está dispuesto a asestar el golpe de gracia.

El tiempo de las palabras ha terminado. Debo emplear mis sentidos al máximo y estar lista para cualquier cosa: yo no estoy dispuesta a usar fuerza letal para quitármelo de encima, pero él no dudará ni un segundo en hacerlo. Su objetivo es eliminarme, y debo tener eso presente en cada movimiento. Lentamente, de forma que mis movimientos queden fundidos con las sombras y pasen desapercibidos, adopto una posición ligeramente inclinada y, mientras con una mano extraigo lentamente el batarang de shock, con la otra cubro de su vista el cinturón y el artefacto.

De pronto, todo sucede muy rápido: Dos Caras se lanza sobre las pistolas, pero antes de que tenga tiempo de hacer ningún gesto para detenerle cambia la dirección y me asesta un fuerte golpe en el estómago, ya dolorido por los golpes anteriores. Suelto un gruñido y expulso todo el aire que me queda, doblándome ligeramente y retrocediendo unos cuantos pasos hasta dar con la espalda contra la pared del callejón, y es este pequeño gesto el que me salva la vida. Siento dos fuertes impactos en el pecho que me dejan sin aire, procedentes de los balazos que Dos Caras me ha disparado. Afortunadamente, estaba a la distancia suficiente como para que el kevlar reforzado los detenga, pero sé que me dejarán un par de moratones bastante grandes en las costillas. El kevlar se ciñe contra mi pecho, dificultándome respirar, y quedo inmóvil unos segundos, como muerta, esperando que Dos Caras se confíe y al mismo tiempo calculando mi oportunidad. Sin dudar, lanzo el batarang de shock contra su pecho y observo cómo la descarga le sacude y le aturde, y acto seguido me lanzo sobre él a pesar del dolor de mi pecho y mi estómago. Lo primero que hago es quitarle las armas de un golpe seco y mandarlas lo más lejos posible de donde nos encontramos. Le propino un fuerte codazo al estómago y un puñetazo en la nariz con el dorso de la mano, y acto seguido lo derribo al suelo de un golpe en el pecho con ambos pies, utilizando las enseñanzas de mis profesores del dojo años antes y utilizando su peso en su contra. Caigo otra vez sobre mis pies y consigo mantener el equilibrio gracias a mis años practicando ballet, pero tardo unos segundos preciosos en reincorporarme del todo. De nuevo, entre yo y mi salvación a la salida del callejón, se interpone Harvey Dent, ex-fiscal del distrito, el actual villano Dos Caras...que está determinado a convertirse en mi verdugo esta noche.